...En los pueblos se sospecha de personas dotadas de poderes diabólicos que se transforman en toda clase de animales. Los brujos reconocidos públicamente, deambulan por la noche bajo formas de un animal cualquiera ya sea mona, chancha parida, o burro con mayor frecuencia.
La bruja actúa de la misma manera ya que ostenta los mismos poderes que los hombres que ejercen estos oficios. Ellas son mas temidas porque se les consideran como el terreno propicio en donde germinan las acciones misteriosas que producen mayores estragos en sus victimas. La bruja puede echar sortilegios y hechizos que pocos pueden neutralizar. Los hechizos de una ruja celosa son mortales y su victima nunca escapas de su mortal castigo. Por eso las mujeres solteras, casadas y viudas, huyen del cortejo del marido de una bruja. Algunas mujeres dotadas de poderes mágicos se transforman en ceguas.
En Nicaragua son raras las personas que o han oído hablar de la cegua y pocos los hombres que, en su marcha solitaria, no se han topado con una de esas mujeres o escuchado por lo menos sus escalofriantes silbidos. Buscando como saber más a cerca de las ceguas, una noche pase en vela oyendo a doña Isidora, una vieja planchadora del barrio El Calvario en León (...)
Esta anciana conocía la larga historia de una mujer que vivía en la bajada del río y que todo mundo decía que era mala y sin tomar parte en la censura popular empezó diciendo:
“...las brujas hacen cosas malas y tienen la facilidad de hacerse ceguas. Una mujer que yo conocía y que era la sirvienta del cura de la iglesia de El Calvario, se transformaba en cegua. Apenas el sacristán daba la última campanada de las doce de la noche, ella se iba bajo de un palo y allí se desvestía completamente y quedaba como Dios la había mandado al mundo. Entonces así en pelota, se ponía rezar oraciones al diablo que decían: baja carne... baja carne... baja carne... y el cuero se le deslizaba como si fuera un vestido, quedando el esqueleto limpio, desnudo.
Los vecinos del bario que la habían visto en varias ocasiones caminando por las noches, persiguiendo a los hombres borrachos, se fueron a decirle al cura que su sirvienta se transformaba en cegua. Pero el cura no quería creer el cuento. Pensaba que era un chisme más de los muchos que a diario se oyen entre las mujeres del barrio.
Sin embargo, él empezó a dudar sobre la verdad de todo lo que se decía y recordando algunos detalles de la personalidad de sus sirvienta y sobre su comportamiento misterioso, pensó que era mejor “ver para creer” y dijo: “cuando el río suena, piedras trae”
Una noche muy oscura, el cura con esas ideas que le zumbaban en la cabeza y que no le dejaban tranquilo, se fue a su hamaca que colgaba en los postes del gran comedor de la sacristía y, mientras se mecía para ventear un poco el ambiente pesado, sintió un escalofrío y una extraña sensación de miedo cuando una sombra se mecía encaramada en una rama del palo de limón. Hizo varios intentos para ver desde la hamaca, de qué se trataba la misteriosa aparición. Pero, por más que frunció los ojos y fijó la mirada en la sombra, no logró saber nada sobre sus naturaleza. Esto aumento su temor, pero se acordó que, con el cordón en la mano ninguna sombra se atrevía a acercársele y, decidido se puso de pie. Apretando el cordón como si fuera un látigo se fue en dirección de la sombra.
Miraba para todos lados. El padre estaba arisco. Pegó un brinco cuando un gallo que siempre se encaramaba en el palo de nancite para dormir, empezó a cacarear asustado con un bulto negro que se movías en aquella oscurana. El padre, al oír el gallo quiso regresar corriendo para la sala bautismal, que era el lugar que mas cerca le quedaba de donde se hallaba. Murmurando toda clase de oraciones y bajando todos los santos del cielo para que le ayudaran en ese duro momento en que por primera vez se enfrentaría a un espíritu de la noche, el padre agarró valor. Empapado de sudor helado, siguió avanzando hasta que, por fin, descubrió que el bulto era solo la ropa que colgaba de la rama. Pensó que la María había olvido meter la ropa y decidió quitarla del palo para acabar con toda sospecha.
Sin embargo, los trapos eran los que vestía la sirvienta esa misma noche y entonces, en voz baja, se dijo:
“aquí la voy a esperar para pegarle a esta cochina. Ahora ya sé lo que anda haciendo. En cuanto nomás la vea, la voy a reventar con la coyunda y para que quede curada, de una vez por todas, le voy a dar con el cordón de San Francisco. La gente tenía razón, ella es una sin vergüenza”.
El cura se quedó debajo del palo espiando a la sirvienta para agarrarla a penas llegara. Ya estaba rezando el tercer rosario cuando oyó la campanada de la una de la madrugada. En medio del ruido del campanazo el cura oyó una gran alboroto entre las ramas del limón y con los ojos bien abierto se decía para sí: esa es la cochina de la María.
En eso vio con gran sorpresa que la mujer salía de su cuarto vestida con otras ropas. Mientras tanto, el vestido seguía colgado de la rama del palo y le dijo con voz fuerte:
-¿Dónde estabas?
-Padre, yo estaba dormida –respondió con voz temblorosa
-No –dijo él enfurecido –vos no estabas dormida en el cuarto, porque yo te busque hace rato y allí no estabas. Vení para acá gran cochina. La gente me lo había dicho y redicho que voz te desnudabas para hacerte cegua. Yo te voy a curar.
Entonces el padre agarró a la mujer a cuerazos limpios y solo se oía:
-No padrecito, no padrecito lindo, no me pegue, ya no lo vuelvo a hacer, se lo juro padrecito.
-Sos tan cochina que hasta juras en vano, ahora mas te voy a dar, hasta por debajo de la lengua te voy a dar.
La mujer se arrodilló para pedirle perdón al padre y este le seguía pegando, mientras le decía enfurecido:
-Vos te vas a corregir porque si no, a palo limpio yo te voy a corregir.
Cuando ya no pudo mas, el padre dejo de pegarle pero, para terminar, se desamarró el cordón de San Francisco y le dio con todas sus fuerzas. Esa obre mujer tenía el cuero reventado en sangre y se revolcaba del dolor. El padre le había pegado bien duro. Es cierto, el padre nos lo contó, terminó diciendo la viejita casi centenaria, mientras se frotaba las piernas y los brazos para calentarse los huesos (...)
Son muchos los hombres que han perdido el habla durante algún tiempo con solo ver a la cegua que tiene, según los mismos testigos, una cara espantosa. El pelo charraludo, desordenado como si fuera una loca, un pedazo de mazorca entre la boca. La cegua, dicen algunos, es la propia mujer. Los mismos hombres desconfían a veces de su propia mujer.
Ellos dudan de sus misteriosos poderes y piensan que bajo esa horrenda forma puede aparecérseles en sus andanzas y perseguirlos, hacerles daño y volverlos idiotas de un susto. Por eso se dice que la cegua curan a los maridos que andan en busca de aventuras amorosas. Esas mujeres sales especialmente para asustar a los hombre que andan tomados, vagando en las calles o visitando a una de sus queridas.
Una vez hablando con don Jacinto, un anciano de Subtiava, nos contó que él era un gran bebedor y mujeriego, pero desde que se le apareció la cegua una noche mientras andaba en una aventura, se curó por completo. Después, él mismo se dedicó a capturar a las ceguas para ver quienes eran en realidad. Según su propia experiencia, “las ceguas se agarran regando granos de mostaza por la noche. Apenas ven ellas los granos, se ponen a recogerlos y, recogiendo uno por uno los granos, se les pasa el tiempo si darse cuenta, hasta que amanece. Así se las encuentra uno: recogiendo granos de mostaza...”
El que captura una cegua, porque nadie se atreve a acercárseles, solo cuando están agachadas, distraídas recogiendo mostaza. “Un día en la madrugadita, un hombre del barrio de San Felipe en León, agarró una cegua. Y amarrada se la llevó a la plaza de la iglesia para que todo mundo la reconociera. Ya la gente sabía quien era la que se hacía cegua en el barrio, pero nunca la habían podido agarrar. Entonces la amarraron al palo de coco y ella avergonzada bajaba la cabeza para que nadie le viera la cara...”
El proceso de transformación en cegua o en animal, a través de poderes mágicos, consiste en quitarse el cuero que forra el esqueleto. Esto se dice con frecuencia en la historia de estos personajes en la magia popular, como nos los revela este relato de doña Carlotita, la maestra de literatura:
“...Cuando yo estaba chavala se hablaba mucho de las ceguas.. Ellas eran brujas y siempre se reunían debajo de los árboles.
Al momento de tomar su horrible forma decían: “baja carne...baja carne...baja carne...”
Y así iban diciendo estas palabras mientras hacían otras cosas misteriosas. De esta manera el cuerpo caí como si fuera un vestido. Se deslizaba poco a poco y primero se les veía el hueso del cráneo, enseguida las cuencas de los ojos y así hasta que solo quedaba el esqueleto, el puro hueso. Así se iban ellas hasta que se transformaban en animal o cegua. Al amanecer, ya muy de madrugada, después de haber jugado a los hombres o hecho cualquier fechoría, ellas regresaban al lugar donde había dejado tirado el pellejo.
El lugar favorito era debajo de un árbol grande y frondoso. Allí ellas decían su oración mágica para que el cuerpo se subiera otra vez encima de esqueleto hasta quedar completamente forrado como cualquier persona normal. Entonces ellas decían:
-Sube carne...sube carne..sube carne...
Pero no lo decían de cualquier manera. Ellas debían voltearse la lado de la salida del sol o sea al revés de la posición del comienzo, cuando se quitan el pellejo, que entonces debía mirar la salida del sol. Cuando las carnes subía por completo, ya salían como cualquier persona, porque ahí mismos se vestían con sus ropas. Una vez una de ellas perdió sus carnes para siempre. Por eso es muy peligroso lo que hacen esas mujeres.
Cuentan que un día el marido, que la venía espiando desde hacía varias noches, esperó que se fuera y cogió las carnes y las hecho en una batea y se las escondió. Cuando la quirina, o sea el esqueleto de la mujer regreso para volverse a vestir con sus carnes, no las encontró y allí mismo se murió. Ellas solo pueden vivir una noche sin sus carnes. De los contrario se mueren...”
Según el decir de la gente, la brujería es una actividad peligrosa que el pueblo repudia con fuerza. Algunos brujos roban en las propiedades ajenas, pero las víctimas se arman de la “contra-magia” para enfrentar esta diabólica aventura. La transformación del brujo en animal es muy común en los pueblos. A través de esta metamorfosis se dan una serie de actividades nocturnas. Bajo esas formas son sorprendidos y a veces capturados.
“...Había una vez, en un pueblito de Chinandega, una mujer que se llamaba Teodora. Ella se transformaba en coyota y su marido no se daba cuenta. Todos los días en el silencio de la oscuridad de la medianoche, la mujer tomaba la forma de ese animal cuando sabía que su marido dormía. De esa manera, él no podía sospechar que ella salía de la casa hecha coyota para andar con los demás animales de una siniestra manada.
Una noche, el marido que había oído ya rumores sobre su mujer, se acostó como es costumbre haciéndose el dormido, dispuesto a espiarla. A media noche en punto, la Teodora, creyendo que el hombre dormía, hizo sus oraciones diabólicas para volverse coyota. Ella dejó sus carnes en una balde y su sangre en un gran guacal y salió despavorida a sus andanzas nocturnas.
Esta vez el marido había visto todo. Al día siguiente, asustado llegó donde el cura y le pidió que le ayudara a curar a su mujer. El cura le dio entonces una botella de agua bendita para que rociara a la mujer y quedara, de una vez por todas, curada de esas cochinadas. El hombre no comprendió bien cómo debía hacer el remedio. A la noche siguiente, a penas salió la coyota, se fue a buscar el balde con los cueros de la Teodora y le echó toda la botella de agua bendita.
Cuando la coyota regresó, hizo sus oraciones mágicas para volverse gente, pero por mas que repitió los rezos, esta vez no le dieron resultados. Ella se quedó coyota para toda la vida. La coyota aullaba cundo tenía hambre y la gente del pueblo, con pesar por la suerte de la pobre Teodora, le daba de comer...”
(..) En la comarca de Chácara Seca, a pocas leguas de León, la gente se queja mucho de los brujos.
“...La mujer de don Mario se hacía mona. Un día él se dio cuenta y se fue donde el padre para que le diera un remedio para su mujer. El padre le dio agua bendita para que le regara bien.
Entonces don Mario esperó que regresara a media noche y en cuanto la vio colgada de la rama del palo de tigüilote, le pringó con el agua bendita. Así se quedó para siempre la mujer. Ella tenía tres chavalitos. Y toda la noche chillaba tanto que no dejaba dormir a la gente. Así lloraba ella. Por fin un día amaneció muerta. ¡Quien sabe quien la mató!...”